ELECCIONES,
URIBISMO Y MENTIRAS: Mis
apreciaciones sobre la primera vuelta.
Después de pasar un domingo entre
boletines y discusiones políticas, he decidido un poco con cabeza fría organizar
algunas consideraciones en torno a las elecciones del día de ayer.
En primer lugar, el triunfo del uribismo
en esta primera vuelta tiene bastante de donde cortar. Es claro que para muchos
fue una sorpresa que el candidato con la ejecución del gasto – el presidente
Santos – no obtuviera el primer lugar en las elecciones, sorpresa si se quiere
por el temor que había sobre la mermelada repartida con fines electorales; en su lugar ese primer puesto
fuera obtenido por una maquinaria que hasta hace 1 mes estaba opacada en las
encuestas y rápidamente repuntó arrojando como resultado ese primer lugar.
A pesar de eso, si se tiene en cuenta el
porcentaje de abstencionismo, ese triunfo del uribismo se logró con apenas un
poco más del 10% de toda la población apta para votar, y en una mirada
histórica, ha sido la más baja del uribismo teniendo en cuenta que el
expresidente Uribe no necesitó de segundas vueltas, y el candidato Santos que
enarbolaba las banderas del uribismo pasó hace 4 años con más votos que Zuluaga
ayer.
En segundo lugar, el triunfo del
uribismo se debe en gran parte a las mentiras con que ha querido manejar a la
opinión pública. Esta campaña entre el uribismo y el santismo, de más vergonzosa,
ha estado acompañada por una desinformación del electorado sobre algunos
aspectos que lo inclinaron a desconocer los logros de Santos, e incluso la importancia
de un proceso de paz. Resalto entre ellas la afirmación de que las FARC son el
mayor cartel del mundo, cuando realmente lo es el de Sinaloa, mientras en Colombia
el primer lugar lo ocupan los Urabeños; otra que llama la atención es
denominarlo un presidente castro chavista (que de entrada denota que no se
aprobó ni siquiera la asignatura de economía del hogar) frente a sus políticas
neoliberales pero han dejado cifras macroeconómicas mejores que las de Uribe,
o las falsedades sobre el proceso de paz de la Habana, que sin lugar a dudas es lo mejor
que le podría pasar a Colombia luego de una guerra fratricida de más de 50
años.
En tercer lugar, el triunfo del uribismo
es parcial, pues todavía resta el denominado segundo tiempo de estas elecciones
que se jugará el 15 de junio. Para la segunda vuelta se medirán realmente las
fuerzas y será a partir de las alianzas y adhesiones que se defina el rumbo. Esto
permite que existan 2 escenarios, especialmente con los Verdes y el Polo: Una
alianza formal con las cabezas de los partidos, lo que no garantiza la
movilización de votos necesariamente; o por otro lado, dejar a sus electores en
libertad de voto, con el objetivo de no perder la posibilidad de una posición
independiente ante un eventual triunfo de cualquiera de los 2.
Sobre los azules no hay duda que rumbo
tomarán, del Polo, que no sobra decirlo, hay un sabor de campaña limpia y
decente encabezada por Clara López que merece admiración, deberá dejar el
purismo para impedir el regreso del uribismo a la Casa de Nariño.
En cuanto a Peñalosa, su situación es
más crítica. El partido Verde, hoy Alianza, que surgió como una tercería
respetable y que ventiló la política tradicional, prácticamente se encuentra en
medio de una arena movediza. Enrique Peñalosa pasó casi inadvertido en esta
campaña, solamente se veía a su jefe de debate, la Senadora López, quien tal
vez por afanes electorales, cometió una serie de yerros propios de cualquier
político de maquinaria que no nos esperábamos de ella, y que hoy lo tendrían impedido
éticamente para adherirse a cualquiera de los 2 candidatos, pero la política es
dinámica, y ya el mismo Peñalosa lo ha demostrado en menos de 4 años.
Finalmente, sobre el abstencionismo, que
es lamentable, si es necesario tenerlo en cuenta para la lectura de los
resultados. Una Colombia apática, incrédula y en un nivel de letargo y
adormecimiento sobre lo que pase con el destino político del Estado (llamado de
atención para los verdes que iban a revitalizar la participación política). Las
cifras de ayer no dejan sino ver que quien gobierne con ese número, deberá
legitimar su acción política en un país que no valora la democracia ni sus
instituciones, escenario propicio para los caudillismos y la corrupción.
Lo cierto es que, a nivel personal, sin
ser santista, todas las fuerzas sociales y políticas que queremos terminar la
guerra, que no comulgamos con el desmonte del Estado de derecho causado por el
uribismo, que creemos en la posibilidad de recuperar las instituciones por
encima de los hombres y los personalismos, y que toda la pestilente ilegalidad
de rodea al uribismo nos asquea, debemos dejar a un lado el purismo anti
santista y este 15 de junio impedir que regrese la guerra sin fin como lógica y
rumbo nacional, que la ilegalidad se apodere de las instituciones, y las
libertades se desplacen por la represión y persecución.
Yo votaré por Santos, porque no creo en
el uribismo ni en su lógica de guerra e ilegalidad.