viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Es el machismo exclusivo de los hombres?



Es un lugar común  al momento de hablar de machismo y comportamientos patriarcales señalar al hombre como el exclusivo responsable de crear y perpetuar esos entornos de violencias incluso simbólicas, y que no es para menos teniendo en cuenta que hasta el derecho, por tomar a la escuela feminista escandinava, es producto de los hombres, pero tampoco es menos cierto que las mujeres han jugado un papel  en la consolidación de esos entornos simbólicos y reales de exclusión, sumisión y violencia.

Antes de desatar las críticas de quienes puedan considerar este texto como una expresión machista o violenta, permítame el lector y lectora terminar de plantear el sentido de lo que quiero proponer como la mujer machista.

Hace unos días en una conversación sin mayores pretensiones, una de las participantes manifestaba, y cito “es muy humillante para un hombre que una mujer le gane.  A mí me daría pena”. En ese momento no quería entrar en controversias, pero su expresión me quedó rondando en el pensamiento, y recordé  frases de mi infancia como “¿Se va a dejar de una niña?” “Los hombres en la cocina huelen feo”, “eso es trabajo de hombres”, todas pronunciadas por  mujeres en distintos espacios.

Esto me llevó de inmediato  a un par de conclusiones. De entrada, así como hemos señalado a hombres como autores y responsables de comportamientos y entornos machistas y violentos, las mujeres han replicado esos mismos entornos de una manera inconsciente. Por otro lado, las mujeres han normalizado a tal nivel la jerarquía inferior frente al hombre, que involuntariamente en expresiones como las citadas reiteran la creencia de debilidad y feminidad devaluada, que transmiten a los hombres y mujeres en formación que están en su entorno. Es decir, juegan un rol de multiplicadoras de la inferioridad femenina.

Esto tiene una explicación, y en efecto como en una columna anterior lo había manifestado, el derecho, la ciencia y la cultura entre otros, han sido producto de la dominación de un sujeto hegemónico que se ha encargado de naturalizar un discurso de jerarquías, y que indiscutiblemente la mujer ha interiorizado ese discurso por imposición y se ha adaptado a tal punto a ese entorno, que encuentra como normal ese tipo de expresiones.

La ciencia, dominada por hombres, indicaba que ciertos deportes, oficios o trabajos eran para hombres debido a la contextura del cuerpo, a las dimensiones del cráneo y cerebro. Socialmente se aceptaron distribuciones de roles en donde la mujer era confinada al espacio privado (casa, cocina, lavandería), mientras el hombre dominaba la esfera de lo público (el derecho, la política, la ciencia) y asumía su función de proveedor. Recuerdo que alguna vez mi mamá me mencionada que en el colegio de señoritas se impartía la cátedra de economía del hogar, responsabilizando exclusivamente a la mujer de ese entorno privado, mientras la economía nacional estaba a cargo del gran hombre.


Hoy en día es cierto que nos encontramos ante una realidad un tanto distinta. Los deportes, la ciencia y muchos otros espacios vedados para la mujer, hoy se comparten y se han reivindicado espacios para ambos. Las decisiones del hogar en muchos escenarios se manejan paritariamente, y hoy incluso algunos movimientos reivindican al hombre como un sujeto que puede desarrollar otros roles que antes eran reservados a las mujeres. El derecho, por tomar en cuenta al feminismo liberal y cultural, ha entendido que la importancia de jugar ese papel emancipador en rechazo de una neutralidad jurídica. Este avance no es desconocido.

La reflexión a la que me ha llevado el suceso compartido, es en cuanto al proceso continuo de emancipación y de ruptura de dinámicas de inferiorización el cual debe ser transversal e integral incluyendo a la mujer en su ejercicio diario de relación interpersonal. La ruptura de ese simbolismo de inferioridad será lento mientras la mujer no asuma que su comparación al hombre no debe significar una humillación a este, mientras mantenga la “reserva” de espacios domésticos como propios por su rol en el hogar, y mientras no reivindique que la feminidad no debe ser devaluada, y que la masculinidad no debe ser  sobrevalorada.

Romper la violencia real y simbólica en contra de la mujer no es labor exclusiva de feministas, sino por el contrario un ejercicio que desde el mismo discurso y la ruptura de esas dinámicas subvalorativas, pueden realizar las mujeres sin siquiera considerarse feministas, sino mujeres en equidad que rompan con ese orden que han considerado natural por imposición.

En el marco de este 25 de noviembre, precisamente las hermanas Miraval pasaron a la historia por luchas contra un régimen represivo y por defender a hombres perseguidos políticamente. Para ellos y para ellas no fue motivo de humillación ver a la mujer asumiendo una lucha considerada de hombres. Para conmemorar este 25 renunciemos al machismo, incluso a ese que ha considerado la mujer como orden natural por la imposición de esa visión de superioridad del hombre, y que esa imposición genera la réplica involuntaria del imaginario de inferioridad.

domingo, 15 de noviembre de 2015

"La culpa es de los migrantes"


Se han vuelto  comunes las frases en discursos políticos y redes sociales señalando a los migrantes, regulares e irregulares, como la principal causa de los males sociales y económicos en los países del centro, y como una verdadera amenaza a la seguridad nacional exigiendo cierres de frontera o medidas represivas para reducir el “problema”.

La criminalización y satanización de los migrantes, especialmente quienes tienen el carácter de irregulares, no es más que una manera de señalar a responsables sin una mínima consideración de contexto en torno al fenómeno de las migraciones y su creciente ocurrencia actualmente.

De acuerdo con informes de Naciones Unidas, las principales causas de salida de los ciudadanos de sus países de origen, especialmente desde la región sur, se deben a problemas de estabilidad política y económica, conflictos armados, debilidades en la inserción laboral y de consecución de ingresos, generando vulnerabilidades que motivan la búsqueda en el exterior de una mejor posibilidad de vida, a veces incurriendo en la violación de requisitos de salida de sus propios países en la periferia, y de entrada y permanencia en los países del centro.

Esto implica una nueva consideración en torno a la seguridad, pues no se trata de una amenaza clásica entendida netamente en clave militar, sino que rompe la perspectiva que ha imperado. De hecho, aunque la migración irregular se ha asociado a temas de seguridad nacional desde una lectura restrictiva de la soberanía y de protección de fronteras,  hoy una mirada profunda nos lleva a romper ese privilegio que se ha dado al tema y que ha relegado la postura de protección y garantía de derechos humanos.

Numerosos estudios sobre las migraciones han concluido que la vulnerabilidad de los migrantes irregulares se incrementa en los países de destino dada la restricción a los mercados laborales y a la proclividad a incursionar en actividades ilícitas o asociadas al crimen organizado, como la trata de personas o haber sido objeto del tráfico ilícito de migrantes.

La crisis migratoria ha recibido un enfoque equivocado. El discurso busca señalar al migrante como la amenaza, sin considerar que la amenaza proviene de situaciones políticas y económicas que han obligado al migrante a huir de esa realidad, y que el fortalecimiento a veces cruento de los controles migratorios, solamente favorece a las redes del crimen organizado trasnacional quienes se lucran de la necesidad de escape para traficar con seres humanos.

Cada día somos testigos de noticias sobre migrantes irregulares maltratados, asesinados, o muertos por su travesía al intentar ingresar a un país de destino y huir de las autoridades. Cada día el crimen organizado encuentra formas más sofisticadas de omitir a las autoridades o penetrarlas, sin incurrir en amenazas militares a los Estados, sino violentando las garantías fundamentales de quienes caen en sus redes.

El crimen organizado constituye una amenaza a la institucionalidad, y su forma de operar se circunscribe a una lógica de mercado, en donde su objetivo es optimizar ganancias y recursos.

Los estudios citados nos demuestran que la vulnerabilidad en los países de origen, llevan a que los migrantes trasladados a los países de destino se enfrenten a condiciones de inseguridad y violencia, siendo foco del crimen organizado. En otras palabras, las amenazas migratorias de los países de destino son causadas por condiciones de vulnerabilidad de los países de origen.

La respuesta policial y represiva de los países de destino es entendible desde el concepto restringido del Estado-nación, pero una realidad globalizada en donde se han relativizado las fronteras y se han recrudecido las condiciones de muchos países de la periferia, nos indican la necesidad de tomar dos factores:

De un lado, la vulnerabilidad en los países de la periferia causada a veces por las misma políticas económicas impuestas por los países del centro, han causado exclusión, problemas de inserción laboral y educativo, inestabilidad política y militar, que motivan la salida del país en busca de mejores oportunidades; de otro, las redes de crimen organizado dedicadas al tráfico de migrantes operan de manera más sofisticada permeando las estructuras estatales para lograr penetrar fronteras y operar con mayores garantías de impunidad, valiéndose de la necesidad en los países de origen.

Estas dos realidades resumen la verdadera amenaza global de las migraciones, y son las que demandan verdadera atención por parte de los Estados.

Desde la creación de la Convención para reprimir el crimen organizado de las Naciones Unidas, junto con dos de sus protocolos orientados al tema de Trata de Personas y Tráfico Ilícito de Migrantes, se ha hecho un llamado por parte de sus órganos técnicos a combatir las condiciones de vulnerabilidad y enfocar los esfuerzos en la atención de víctimas y la persecución de las redes criminales organizadas.

A modo de ejemplo de lo anterior, basta con una mirada a las noticias de migrantes muertos en el mar mediterráneo que huyen del África para ingresar a Europa. Las cifras de migrantes detenidos en la frontera de EE.UU y las condiciones que deben enfrentar, o los datos de mujeres explotadas en países del primer mundo y contrastar sus nacionalidades.

La amenaza a la seguridad se encuentra hoy en la amenaza a las garantías fundamentales de los individuos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad y que son aprovechados por las organizaciones del crimen trasnacional el cual ha impactado con violencia, corrupción en todos sus niveles y afectación a la justicia la verdadera seguridad estatal.

La seguridad humana y nacional no son términos excluyentes. De hecho los problemas asociados a la movilidad, la globalización y la industrialización exigen una mirada articulada de ambas visiones de la seguridad, y superar el desplazamiento que en materia de derechos humanos ha hecho la visión militarista de seguridad.

domingo, 8 de noviembre de 2015

SUJETO HEGEMÓNICO, MINORÍAS Y REFERÉNDUMS: La impertinencia de acudir siempre a las mayorías



SUJETO HEGEMÓNICO, MINORÍAS Y REFERÉNDUMS: La impertinencia de acudir siempre a las mayorías


Como sociedad occidental hemos sido formados bajo el imaginario de un paradigma impuesto a través de instituciones dirigidas por un sujeto hegemónico, encargado de determinar las relaciones y procedimientos para regular las conductas. Ese paradigma se puede resumir en el ideario del hombre blanco, católico, heterosexual y con patrimonio, que ha normalizado jerarquías e invisibilizado realidades e identidades ajenas al mismo.

Instituciones como la Iglesia, que se encargó de “salvajizar” a las comunidades tribales, deshumanizar a las afro, y cosificar a la mujer, sirven como ejemplo de ese proceso de hegemonía que se naturalizó, a tal punto que el derecho fue un instrumento para perpetuar ese ideario y el discurso de lo convencional, precisamente apelando a la función del legislador como representante e intérprete de la voluntad de las mayorías, creando así el mito del legislador sabio e infalible.

En ese sentido, el Estado democrático basado en la voluntad de las mayorías tomaba las decisiones mediante ese legislador, luego en algunos casos apelando al voto directo mediante mecanismos como referéndums y plebiscitos que reflejaban esa voluntad inequívoca de la mayoría, pero reflejaba a su vez al sujeto hegemónico que se había impuesto.

Este modelo con el tiempo empezó a evidenciar una aberración en contra de esas minorías invisibles y consideradas incompatibles con el ideario impuesto, y la democracia se transformó en una dictadura de mayorías, en perjuicio de sujetos e identidades minoritarios. Basta recordar al lector que la Alemania Nazi fue legal, precisamente por voluntad de la mayoría legislativa, y en el caso colombiano hace un poco más de medio siglo, cuando el movimiento de empoderamiento femenino buscó la emancipación de la mujer a la sujeción que tenía su cónyuge sobre ellas conforme  a derecho, la Iglesia logró detener el proceso, y nuevamente el derecho mantuvo un statu quo al servicio del sujeto hegemónico.

Ante este riesgo se creó un modelo de democracia constitucional, que seguía basada en un órgano legislativo que representara las mayorías, pero que evitaría su tiranía mediante órganos contramayoritarios técnicos y colegiados que reconocieran realidades e identidades que precisamente chocaran con el sujeto hegemónico que había dominado (y aún domina) la institucionalidad, y garantizara de esta forma otras identidades, y reconociera otras realidades.

Todavía tenemos en nuestra sociedad ese ideario de hombre blanco, católico, heterosexual y con patrimonio que trata de servirse de instituciones para no perder la hegemonía. Aún las mayorías pretenden perpetuar ese ideario por temor, rechazo o desconocimiento.

Es por esto que resulta impertinente acudir siempre a las mayorías y a mecanismos de democracia directa para ciertos temas, especialmente libertades y garantías fundamentales y con mayor razón aquellas que involucran a minorías[1] (étnica, sexuales) y sujetos de especial protección por su evidente vulnerabilidad (niños, niñas, adolescentes, adultos mayores), quienes históricamente fueron invisibilizados y no reconocidos, y que precisamente ese ideario todavía latente en la sociedad y en las mayorías, los llevaría a una nueva invisibilidad.

Deberían hoy mujeres, hombres de diversos credos, miembros de partidos no tradicionales, detenerse un minuto a pensar qué habría sido de su realidad actual, si esos derechos que hoy gozan reconocidos en la Constitución como resultado de ejercicios deliberativos e interpretativos (en aproximación a Dworkin y Zagrebelsky), hubieran sido sometidos a la voluntad caprichosa de la mayoría dominada por el ideario del hombre blanco, católico, heterosexual y con patrimonio. Senadora Vivian, ¿estaría usted en el Congreso o disfrutando de la libertad de cultos?


[1] El término minoría debe entenderse no desde lo cuantitativo, sino desde lo histórico, como sujetos diversos al ideario del sujeto dominante y hegemónico.