Algunos desvaríos sobre
nuestra sociedad
No logro salir del
asombro de todas las escenas de estupidez, barbaridad y monstruosidad de
nuestra sociedad. No es que antes no pensara que el colombiano en general es
violento e incluso estúpido, no es que sufriera de patriotismos banales y de
medio pelo de esos que “sienten” la bandera, pero ignoran a sus muertos.
Siempre me he
considerado un realista, y un crudo realista, pero no por ello he perdido mi
capacidad de asombro, mi capacidad de estremecimiento.
Los recientes ataques de
las FARC, considerados como actos terroristas, ataques a la población civil sin
discriminación. Las imágenes de agentes de la policía incinerando a un perro
vivo o la de los agentes enterrando a uno en igual condiciones. Las recientes y
crecientes noticias sobre maltrato a la mujer y feminicidios, incluyendo el de
Rosa Elvyra, demuestran como cada día nuestro tejido social se convierte más en
un entramado putrefacto de seres salvajes.
No bastando con estos
actos, nos enfrentamos a la imbecilidad del moralismo, cuando rechazamos, como
un pueblo arcaico, escenas de pornografía por el simple hecho de haber sido
filmadas en un patrimonio histórico, cuando muchos desconocen incluso los
lamentos y la sangre que rodean al castillo de San Felipe pero, por otro lado festejamos,
sin el menor asomo de vergüenza, las aventurillas de uno de los seres más
oscuros de la historia colombiana.
Un moralismo imbécil que
nos lleva a rechazar el matrimonio entre parejas del mismo sexo, ese mismo
moralismo abanderado por la Procuraduría en cabeza de Ordoñez, que sin reparo
jurídico alguno, en su solicitud
de nulidad contra la sentencia T – 716 de 2012, afirma que las “las
relaciones que surgen entre las parejas homosexuales y de las parejas
heterosexuales no son idénticas y no pueden equipararse absolutamente”.
Una estupidez que nos
lleva a legitimar actos de violencia, actos de ilegalidad, cometidos por un
gobierno que se encargó de desmontar, con casi total éxito, el Estado
constitucional de Derecho que con las uñas se había construido en vigencia de
la Constitución de 1991, con el argumento de la seguridad. Esa misma estupidez
que rechaza al Estado laico, la libertad de expresión y el librepensamiento por
considerarlo nocivo para el “interés superior de la nación”.
Nuestra indignación
sobre muchos de los hechos que ocurren, es más una caricatura, una reacción momentánea
y un chascarrillo de pseudoactivistas, o ¿Cuántos permanecieron indignados
durante el partido Colombia – Perú el domingo pasado?
Nuestra sociedad ha
perdido la capacidad de estremecimiento, nunca ha sido sustentada sobre la solidaridad
y la dignidad humana, así nuestro artículo primero constitucional lo afirme. Nuestra
sociedad es solo el reflejo de la estupidez, la barbaridad y la monstruosidad a
la que es capaz de llegar el ser humano. Una estupidez que con su pasividad
legitima la barbaridad y la monstruosidad que cada día vemos pasar ante nuestra
mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario