Hace
unos días los tabloides de farándula crearon un revuelo por la noticia del
diagnóstico positivo del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) del actor
Charlie Sheen, quien de hecho ha estado en el foco de los medios por el señalamiento
al estilo de vida que ha llevado en su carrera y vida personal, y en efecto
empezaron las ataduras de cabos en donde
la conclusión inmediata fue asociar, como si se tratara de una “enfermedad-castigo”,
el diagnóstico con su estilo de vida.
De
la misma manera no se hicieron esperar los errores sobre la asociación del VIH
como sinónimo de SIDA y de atribuirle un carácter mortal a dicho diagnóstico,
evidenciando todavía una serie de creencias sobre el tema que debido al
desconocimiento desembocan en una serie de estigmas, prejuicios y en la
conformación de entornos inseguros y excluyentes para quienes conviven con el
virus.
La
confesión de Sheen y la forma con que los medios dieron cobertura al tema
ocurre en el marco de dos fechas considerables sobre el VIH/SIDA. De un lado la
conmemoración del fallecimiento del cantante británico Freddie Mercury, quien
muere el 24 de noviembre de 1991 por una bronconeumonía agravada por el SIDA a
solo dos días de haber informado a la opinión pública sobre su diagnóstico. De
otro, la información sobre el diagnóstico de Sheen ocurre cerca al 1 de
diciembre, día internacional de lucha contra el VIH/SIDA, establecido por las
Naciones Unidas con el objetivo de instar a mayores esfuerzos estatales,
realizar campañas para la prevención, la toma de conciencia y el derrumbe de
estereotipos, desde el año 1988.
En
ese contexto es pertinente realizar algunas reflexiones, y tal vez aclaraciones
sobre los retos e implicaciones del VIH/SIDA para la sociedad y los Estados,
teniendo en cuenta que desde los Objetivos del Milenio y ahora los Objetivos de
Desarrollo Sostenible, se ha propuesto la comunidad internacional la meta de
erradicar esta pandemia.
Lo
primero a aclarar que no se trata de un diagnóstico que se deba asociar a un
castigo, a un género o a determinada orientación sexual y estilo de vida.
Quienes hemos tenido la oportunidad de trabajar y acompañar procesos para
personas que conviven con el VIH, sabemos que una transmisión se puede
presentar por estilos de vida sexual seguros pero que en una noche de tragos o
un preservativo defectuoso permitieron la transmisión, diagnósticos causados
por transfusiones de sangre o en procedimientos médicos, o causado por la
victimización en delitos sexuales como en casos de trata de personas.
Que
contrario a lo que ocurría en la época de Mercury, hoy en día el VIH es
perfectamente tratable y ha sido considerada una condición crónica, en
contraste al carácter mortal que tenía hace unos 30 años, y por consiguiente un
estilo de vida saludable, acompañado de un tratamiento antiretroviral podría permitir que una persona con el
diagnóstico positivo pueda vivir hasta 40 años contados desde que empezó el
tratamiento.
Que
una persona con el acceso a medicamentos adecuados y con los cuidados
recomendados, puede llevar una vida sexual como cualquier otro ser humano, y
que la transmisión no se da por un estornudo o contacto de piel, cubiertos o
ropa.
Si
esto es así, ¿Cuál es el verdadero
riesgo del VIH/SIDA para quien convive con él? Pues se trata de un riesgo
precisamente originado en la persistencia de estigmas y estereotipos, así como
en las barreras de acceso a medicamentos adecuados para el tratamiento del
diagnóstico.
Según
cifras de ONUSIDA, para el año 2014 había cerca de 37 millones de personas que
vivían con VIH en el planeta. Las infecciones a nivel mundial han descendido desde el año 2000 en un 35% y
las muertes en un 42% desde el año 2004, y para América Latina la reducción fue del 17% desde el año 2000, pero tan
solo el 41% de los adultos infectados y el 31% de niños, tenían acceso a los
medicamentos antiretrovirales en el mundo, y en la región el acceso era del 47%
y 54% respectivamente.
La
noticia de Sheen para algunos representó una oportunidad para reafirmar que el
diagnóstico puede ocurrirle a cualquiera, que es un tema que tal vez pueda ser
tratado con menos tabú del que actualmente representa, pero como abogado de
derechos humanos que he asistido el
proceso de acceso a medicamentos desde lo social y lo jurídico de quienes
conviven con el diagnóstico, puedo identificar la inmensa diferencia entre Sheen y un
ciudadano denominado del común.
En
Colombia el acceso a medicamentos y programas de las EPS requieren de
engorrosos trámites administrativos, o tal vez poner en marcha al sistema judicial
mediante una acción de tutela, que
representa para muchos un tema de violación al manejo anónimo del diagnóstico.
Todavía
nuestra Corte Constitucional se debe pronunciar para reiterar que el VIH no
puede ser causal para excluir del servicio militar, de la Policía Nacional o de
despido de cualquier trabajo. Obviamente Sheen debió enfrentar el estigma, el
impacto emocional y deberá lidiar con los medios, pero dudo que su acceso a
medicamentos sea restringido, y en efecto su salud puesta en peligro por un
sistema asesino como el de salud de países en desarrollo o en pobreza. Mientras
en América Latina se presentaron en 2014 cerca de 41.000 muertes por SIDA, entre Europa occidental,
central y América del Norte se presentaron 26.000.
Si
en verdad queremos reducir las cifras de muertes, y queremos reducir el riesgo
que puede representar el VIH, lo primero es derrumbar los estereotipos y
estigmas que excluyen de la vida en sociedad, laboral, educativa y económica a
quienes viven con diagnóstico, y los gobiernos garantizar el acceso a los
programas médicos y la entrega de medicamentos del tratamiento, para que en
efecto la vida y su pleno desarrollo no sea diluya entre el rechazo y la lucha por la entrega de
una pasta. Ese es el verdadero peligro y la real amenaza del VIH.
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